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martes, 3 de septiembre de 2013

EL DINERO PUEDE COMPRAR LA FELICIDAD - 3° AÑO


EL DINERO COMPRA LA FELICIDAD.
El dinero sí puede comprar la felicidad. El bienestar emocional de la gente, su felicidad, aumenta a medida que sus ingresos se incrementan hasta que alcanzan los 75.000 dólares anuales, según concluye un estudio publicado hoy en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
Angus Deaton, economista con el Centro de Salud y Bienestar de la Universidad de Princeton, y su colega Daniel Kahneman analizaron las respuestas de 450.000 encuestados. En la encuesta se incluyeron preguntas sobre la felicidad cotidiana de la gente y lo satisfecho que estaban con sus vidas, en general. El estudio de campo se realizó entre 2008 y 2009 para el Indice de Bienestar Gallup-Healthways. 
Los resultados mostraron que la felicidad aumentaba a medida que se incrementaban los ingresos, pero ese efecto se anuló al llegar a los 75.000 dólares. Sin embargo, la percepción general de éxito o bienestar siguió aumentando a medida que los ingresos superaron ese punto. Para quienes ganan menos de 75.000 dólares, explicó Deaton, "las cosas están tan lejos que es difícil ser feliz; interfiere con el disfrute".
Alguien que pasa de un trabajo en el que gana 100.000 dólares al año a uno que le paga 200.000 percibe más éxito, pero eso no necesariamente implica que sea más feliz en el día a día, dijo Deaton. Asimismo, la gente estaba mucho más feliz los fines de semana, pero eso no aumentó su percepción general de bienestar.
 
Hace ya tres décadas, Richard Easterlin popularizó y dio nombre a una paradoja según la cual la renta solo proporciona bienestar hasta un cierto punto. El examen de la evidencia internacional indicaba que, una vez sobrepasado un cierto umbral, los individuos no obtienen una mayor satisfacción vital al aumentar su nivel de renta, es decir, que existía un punto de “saciedad” en la felicidad que reporta el dinero. Desde su publicación, la “Paradoja de Easterlin” ha atraído la atención tanto de investigadores como del público general, debido a las repercusiones que podría tener sobre nuestra política económica y nuestro estilo de vida. Según dicha hipótesis, la renta solo proporcionaría felicidad auténtica conforme va cubriendo nuestras necesidades más básicas como seres humanos, es decir, aquellas que se encuentran en los peldaños más bajos de la Pirámide de Maslow. Pero, para alcanzar los estadios más altos de la realización individual, las personas habrían de olvidar las aspiraciones económicas y concentrar sus esfuerzos en desarrollar la amistad y la convivencia en armonía con su entorno. 
La Paradoja de Easterlin introdujo también en el debate público una dualidad clave en la relación entre la renta y el bienestar: ¿importa más la renta absoluta o la renta relativa? Es decir, ¿somos más felices cuando tenemos acceso a mejores condiciones de vida o cuando nos vemos en mejor posición respecto a nuestros vecinos? El debate ha estado gobernado a menudo por la confusión entre la realidad de nuestro mundo y la realidad en la que realmente nos gustaría vivir. El tema atrae desde hace tiempo el interés de psicólogos, sociólogos y economistas, los cuales han encontrado evidencia convincente a favor de ambas hipótesis: nuestra felicidad depende tanto de nuestro nivel absoluto de renta como de la renta que disfrutamos al compararnos con nuestro entorno más inmediato, ya que las desigualdades dentro de un mismo entorno son a menudo percibidas como socialmente injustas. 
Pero la disponibilidad de nuevos datos, que cubren actualmente un mayor número de países y también la evolución temporal de los mismos, está obligando a revisar la hipótesis inicial de Easterlin. Justin Wolfers y Betsey Stevenson, profesores de la Universidad de Michigan, llevan años analizando las principales fuentes acerca de la satisfacción vital de los ciudadanos de todo el mundo. Y sus conclusiones, recientemente publicadas en un informe de la Brookings Institution, apuntan a que, con los datos actuales, no existe evidencia alguna de dicho nivel de saciedad. Los autores han examinado para ello todas las encuestas existentes sobre el bienestar de los ciudadanos, han probado con diferentes umbrales y han analizado tanto las disparidades existentes entre distintos países como las existentes dentro de cada país. 
El resultado se repite desde todos los ángulos: los aumentos de renta están siempre asociados a un mayor nivel de satisfacción vital y, además, no existe un umbral a partir del cual los aumentos de bienestar son menores. Más bien al revés: parece existir un umbral, aquel que separa los países en vías de desarrollo con los países desarrollados, a partir del cual la relación entre renta y felicidad se acelera. 
La clave puede no encontrarse en la satisfacción que da per se la renta a través de un mayor consumo, sino que el mayor bienestar se deriva de las condiciones necesarias para tener una vida laboral y económica próspera. Así, en los países con un mejor sistema educativo, con mayor seguridad ciudadana y jurídica y con una mayor igualdad de oportunidades, características asociadas a un mayor crecimiento y a una mayor renta per cápita, los ciudadanos son más felices por dicha sensación de seguridad e igualdad de oportunidades. En este sentido, la felicidad no sería causada por un mayor consumo, sino que las condiciones propicias para crear un mayor consumo son también las que causan una mayor felicidad.
La posibilidad de una mayor realización personal y de una vida sujeta a menos arbitrariedades estaría así detrás de los mayores niveles de satisfacción vital que declaran los ciudadanos de los países más ricos y, dentro de cada país, los grupos más afortunados.
 
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EXPLICA LA PARADOJA DE EASTERLIN.
 

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