EL DINERO COMPRA LA FELICIDAD.
El dinero sí puede comprar la felicidad. El bienestar emocional de la gente, su felicidad,
aumenta a medida que sus ingresos se incrementan hasta que alcanzan los 75.000
dólares anuales, según concluye un estudio publicado hoy en la revista
científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
Angus Deaton, economista con el Centro de
Salud y Bienestar de la Universidad de Princeton, y su colega Daniel
Kahneman analizaron las respuestas de 450.000 encuestados. En la encuesta se
incluyeron preguntas sobre la felicidad cotidiana de la gente y lo satisfecho
que estaban con sus vidas, en general. El estudio de campo se realizó
entre 2008 y 2009 para el Indice de Bienestar Gallup-Healthways.
Los resultados mostraron que la felicidad
aumentaba a medida que se incrementaban los ingresos, pero ese efecto se anuló
al llegar a los 75.000 dólares. Sin embargo, la percepción general de éxito o
bienestar siguió aumentando a medida que los ingresos superaron ese
punto. Para quienes ganan menos de 75.000 dólares, explicó Deaton,
"las cosas están tan lejos que es difícil ser feliz; interfiere con el
disfrute".
Alguien que pasa de un trabajo en el que gana
100.000 dólares al año a uno que le paga 200.000 percibe más éxito, pero eso no
necesariamente implica que sea más feliz en el día a día, dijo Deaton.
Asimismo, la gente estaba mucho más feliz los fines de semana, pero eso no
aumentó su percepción general de bienestar.
Hace ya tres décadas, Richard Easterlin popularizó
y dio nombre a una paradoja según la cual la renta solo proporciona bienestar
hasta un cierto punto. El examen de la evidencia internacional indicaba que,
una vez sobrepasado un cierto umbral, los individuos no obtienen una mayor
satisfacción vital al aumentar su nivel de renta, es decir, que existía un
punto de “saciedad” en la felicidad que reporta el dinero. Desde su
publicación, la “Paradoja de Easterlin” ha atraído la atención tanto de
investigadores como del público general, debido a las repercusiones que podría
tener sobre nuestra política económica y nuestro estilo de vida. Según dicha
hipótesis, la renta solo proporcionaría felicidad auténtica conforme va
cubriendo nuestras necesidades más básicas como seres humanos, es decir,
aquellas que se encuentran en los peldaños más bajos de la Pirámide de Maslow. Pero, para alcanzar los estadios más altos
de la realización individual, las personas habrían de olvidar las aspiraciones
económicas y concentrar sus esfuerzos en desarrollar la amistad y la
convivencia en armonía con su entorno.
La Paradoja de Easterlin introdujo también en
el debate público una dualidad clave en la relación entre la renta y el
bienestar: ¿importa más la renta absoluta o la renta relativa? Es decir, ¿somos
más felices cuando tenemos acceso a mejores condiciones de vida o cuando nos
vemos en mejor posición respecto a nuestros vecinos? El debate ha estado
gobernado a menudo por la confusión entre la realidad de nuestro mundo y la
realidad en la que realmente nos gustaría vivir. El tema atrae desde hace tiempo
el interés de psicólogos, sociólogos y economistas, los cuales han encontrado
evidencia convincente a favor de ambas hipótesis: nuestra felicidad depende
tanto de nuestro nivel absoluto de renta como de la renta que disfrutamos al
compararnos con nuestro entorno más inmediato, ya que las desigualdades dentro
de un mismo entorno son a menudo percibidas como socialmente injustas.
Pero la disponibilidad de nuevos datos, que
cubren actualmente un mayor número de países y también la evolución temporal de
los mismos, está obligando a revisar la hipótesis inicial de Easterlin. Justin Wolfers y Betsey Stevenson, profesores de la
Universidad de Michigan, llevan años analizando las principales fuentes acerca
de la satisfacción vital de los ciudadanos de todo el mundo. Y sus
conclusiones, recientemente publicadas en un informe de la Brookings Institution, apuntan a que, con
los datos actuales, no existe evidencia alguna de dicho nivel de saciedad. Los
autores han examinado para ello todas las encuestas existentes sobre el
bienestar de los ciudadanos, han probado con diferentes umbrales y han
analizado tanto las disparidades existentes entre distintos países como las
existentes dentro de cada país.
El resultado se repite desde todos los
ángulos: los aumentos de renta están siempre asociados a un mayor nivel de
satisfacción vital y, además, no existe un umbral a partir del cual los
aumentos de bienestar son menores. Más bien al revés: parece existir un umbral,
aquel que separa los países en vías de desarrollo con los países desarrollados,
a partir del cual la relación entre renta y felicidad se acelera.
La clave puede no encontrarse en la
satisfacción que da per se la renta a través de un mayor consumo, sino que el mayor
bienestar se deriva de las condiciones necesarias para tener una vida laboral y
económica próspera. Así, en los países con un mejor sistema educativo, con
mayor seguridad ciudadana y jurídica y con una mayor igualdad de oportunidades,
características asociadas a un mayor crecimiento y a una mayor renta per
cápita, los ciudadanos son más felices por dicha sensación de seguridad e
igualdad de oportunidades. En este sentido, la felicidad no sería causada por
un mayor consumo, sino que las condiciones propicias para crear un mayor
consumo son también las que causan una mayor felicidad.
La posibilidad de una mayor realización
personal y de una vida sujeta a menos arbitrariedades estaría así detrás de los
mayores niveles de satisfacción vital que declaran los ciudadanos de los países
más ricos y, dentro de cada país, los grupos más afortunados.
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EXPLICA LA PARADOJA DE EASTERLIN.
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